El pibe de barrio Cura que descubrió la aviación y se convirtió en héroe en Malvinas
Alfredo Jorge Vázquez tenía 24 años, volaba a 400 km por hora y casi sobre el nivel del mar para eludir los radares y batir a los buques ingleses. Murió 6 días antes de que finalizara la guerra.
Desde adolescente, Jorge soñó con volar y lo
cumplió: logró convertirse en piloto de combate, la elite de la Fuerza
Aérea Argentina.
Por Diego Veiga / La Capital
El poderoso A-4B Skyhawk se salió de la pista en
Río Gallegos y terminó entre los pastizales. El “Gordo”, como todos
llamaban al rosarino Alfredo Jorge Vázquez, logró aterrizar sin ver
prácticamente nada. El parabrisas del cazabombardero estaba cubierto por
sal cristalizada. Había volado a muy pocos metros del mar para evitar
el fuego enemigo, el mismo que derribó a sus otros tres compañeros de
escuadrilla. Jorge los vio morir y estaba shockeado. Sólo él había
regresado de la misión. Menos de un mes después, volvió a volar a unos
400 kilómetros por hora y a no más de dos metros del mar con rumbo a
Malvinas. Esa vez los misiles británicos le dieron de lleno y el heroico
halcón rosarino se quedó para siempre en las islas. Tenía 24 años y un
coraje descomunal. Mañana, sus amigos y camaradas le rendirán un
homenaje a 33 años de su muerte en combate.
La tarde está muy apacible en barrio Cura. Mónica
abre la puerta e invita a pasar a la casa en la que ella y sus dos
hermanos, Jorge (en la familia lo llamaban por su segundo nombre) y
Fabián, vivieron toda su infancia. Enfrente suenan los gritos de los
pibes que practican fútbol en las canchitas de Provincial, el club en el
que el “Gordo” la rompió nadando a fines de los ‘60.
La casa familiar es hoy todo un museo. Doña
Nélida, la mamá de Jorge, atesoró cada foto, recuerdo, medalla y las fue
colocando prolijamente en las paredes. Allí fueron muy felices, asegura
Mónica, y admite lo durísimo que fue sobreponerse a la muerte de su
hermano en Malvinas. Una ausencia que con el tiempo terminó apagando las
vidas de Nélida y Don Alfredo, un comerciante de la típica clase media
que un día entendió que a su hijo le fascinaban los aviones y aceptó que
se fuera a la Escuela de Aviación Militar a cumplir su sueño.
Deportista, amante del folclore, los amigos y la
historia, Jorge había sido desde chico muy compinche con su hermana, la
mayor de los tres.
El club del barrio fue testigo de su destreza en
la natación y los colegios de la zona también lo tuvieron de alumno, ya
que pasó por las aulas de la escuela Padre Cantilo y República del
Líbano, para emigrar luego al Superior de Comercio en la etapa del
secundario.
“De repente, un día, cuando tenía unos 16, empezó a
juntar imágenes de aviones. Estaba obsesionado con ellos. Tenía una
carpeta donde guardaba fotos y todo lo que tuviera que ver con eso”,
recuerda Mónica sentada en el living de la casa que su padre levantó
ladrillo a ladrillo.
A unos metros, sobre un piano que tocaban con
Jorge “a cuatro manos”, está la guitarra del “Gordo”. “Mamá nos mandaba a
todo: piano, guitarra, deportes...”, dice entre risas.
La guitarra ya lo había acercado al folclore,
estilo musical que le encantaba, como la historia, materia que hasta lo
convirtió en improvisado profesor particular de los chicos del barrio.
Para ese entonces la locura por los aviones ya
había crecido demasiado. En la familia no había ningún piloto, pero
Jorge había sentido el llamado de su vocación. Quería volar, ese era su
sueño y un caluroso 2 de febrero de 1976 se tomó el tren en la Estación
Rosario Oeste y se fue a rendir a Córdoba, donde está la Escuela de
Aviación.
La carrera. Atrás había quedado el Superior de Comercio. Y la
natación le había impedido irse a Bariloche con sus amigos. “Estaba
federado, ya nadaba para Newell’s (a pesar de ser hincha de Central) y
justo tuvo que participar de un torneo”, recuerda Mónica.El examen de ingreso en la Escuela de Aviación fue un éxito, como su carrera. Tenía 18 años y empezaba a desandar el camino que más le gustaba: entre las nubes, piloteando un avión de combate.
Egresó como alférez en 1979 y lo destinaron a la Base Aérea de Mendoza. Tenía 23 y empezaba a demostrar que estaba destinado a ser parte de esa elite de la Fuerza Aérea que accede a los comandos de un cazabombardero.
Un año después, ya en la base de Villa Reynolds (San Luis), abrazó el sueño que empezó a acunar a los 16 y fue habilitado como piloto de combate del avión Douglas A4-B Skyhawk, una poderosa nave diseñada en los años ‘50 en Estados Unidos.
Corría el año 81, nadie imaginaba el conflicto bélico que se avecinaba y Jorge disfrutaba de su flamante adquisición: un Ami 8 con el que unía Villa Reynolds con Rosario cada vez que podía escaparse para visitar a la familia y en cuyo estéreo descollaban los casettes de una variada discografía: Rimoldi Fraga, José Luis Perales y Abba.
“La última vez que vino, para mí que presintió lo que le iba a pasar. Quiso visitar a toda la familia y no paró hasta despedirse de una prima que no la había podido encontrar”, recuerda Mónica. “Me regaló su medallita (en realidad habla de la placa identificatoria con nombre y apellido que llevan los pilotos colgando del cuello y en el que figura nombre y DNI) y se fue”.
Era un 28 de marzo de 1982. El “Gordo” se subió al Ami 8 y regresó a San Luis. La guerra ya estaba en ciernes.
El vuelo del guerrero. Desatado el conflicto con Gran Bretaña, los integrantes de la V Brigada Aérea de Caza fueron destinados a Río Gallegos. Desde allí partieron los A-4 B con destino a Malvinas, reabastecimiento en vuelo mediante, a batirse en duelo con las fragatas inglesas y los poderosos Sea Harrier que los interceptaban en combates aire-aire.
Cada misión era altamente riesgosa. Había que volar muy bajo para no ser detectados por los radares, lanzar los misiles contra los buques enemigos y después evitar el nutrido fuego antiaéreo.
El domingo 6 de junio sonó el teléfono en la casa de los Vázquez. Era el “Gordo”, hablaba desde Río Gallegos, donde esperaba por su próxima misión. Mónica no pudo hablar. “Me había ido a misa con una fotito de él a pedir que no le pasara nada. Me enojé mucho tiempo con Dios por eso, la última vez que habló mi hermano yo no pude escuchar su voz”, dice hoy, más de treinta años después pero con la misma amargura de entonces.
Dos días después Jorge se subió a su A-4B y partió a su última misión. La historia oficial dijo que luego de atacar y hundir al lanchón de desembarco “Foxtrot” y en carrera de escape fue derribado por un misil Sidewinder lanzado desde un Sea Harrier posicionado sobre él, destruyendo su avión sin posibilidades de eyección.
Hay un viejo dicho popular que reza que los pilotos no mueren, sólo vuelan más alto. El heroico halcón rosarino emprendió ese día un vuelo eterno. Y así, el pibe de barrio Cura enamorado de los aviones se convirtió en leyenda y ejemplo. De esos que vale la pena conocer.
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Diario "La Capital". Rosario, Domingo, 07 de junio de 2015
Crónica de la última misión en cercanías de la isla Soledad
Atento a esto, el Comando Fuerza Aérea Sur
ordenó el despegue de una segunda escuadrilla con la misión de destruir
los buques y objetivos terrestres en la cabecera de playa y Fitz Roy.
Pequeño museo. Mónica, la hermana de Jorge, sentada al piano que tocaban juntos “a cuatro manos”.
La última misión de Alfredo Jorge Vázquez fue el
martes 8 de junio de 1982. Una escuadrilla de A-4B había partido desde
Río Gallegos rumbo a Malvinas y había confirmado la presencia de buques
enemigos.
Atento a esto, el Comando Fuerza Aérea Sur ordenó
el despegue de una segunda escuadrilla con la misión de destruir los
buques y objetivos terrestres en la cabecera de playa y Fitz Roy.
El extracto que fue incluido en el libro “La
historia de la Fuerza Aérea Argentina”, de la Dirección de Estudios
Históricos, remarca textualmente que “estas escuadrillas decolaron
cuando regresaba la primera oleada (en referencia a la primera
escuadrilla). Es decir, se había perdido el factor sorpresa y eran
esperadas por el enemigo, que había reaccionado y se encontraba
patrullando el área”.
Los seis A-4B que integraban la escuadrilla
despegaron a las tres de la tarde en punto. Cada uno llevaba tres bombas
con retardo. Se reabastecieron en vuelo unos 50 minutos después. El
reabastecimiento consistía en ensamblarse en el aire a una gran manguera
que salía desde un avión Hércules C-130 y les proveía el combustible
necesario para llegar hasta las islas.
Poco antes de cargar combustible uno de los
aviones tuvo que regresar por inconvenientes en su sistema de oxígeno,
arribó a Río Gallegos a las 16.30.
Después del reabastecimiento otro A-4B tuvo que
regresar por inconvenientes en el motor. Así, la escuadrilla quedó
conformada por 4 aviones, uno de ellos al mando del rosarino Vázquez.
Lo que sigue es el extracto oficial de la misión
compilado en “La Historia de la Fuerza Aérea Argentina”. “Quedó la
escuadrilla integrada por (1) primer teniente Danilo Bolzán, (2)
teniente Juan Arrarás, (3) primer teniente Héctor Sánchez, (4) alférez
Alfredo Vázquez. En vuelo rasante pasaron por la costa sur de la isla
Soledad, cruzando chubascos y sobrevolaron la zona del objetivo, por el
norte de Puerto Fitz Roy. Recibieron nutrido fuego de artillería
antiaérea. Siguieron, y vieron, a su derecha, aún humeantes, los buques
previamente atacados”.
“Luego de sobrepasarlos, iniciaron un viraje a la
derecha, en contacto, ahora, con el radar Malvinas, que les indicó que
el blanco se encontraba más al oeste de la posición de la escuadrilla.
Estaban ya sobre el agua, todavía al este de Bahía Agradable, observaron
un lanchón de desembarco que navegaba rápidamente hacia la costa.
Entonces, el Nº 3 (primer teniente Sánchez) vio a su derecha y arriba a
dos Sea Harrier lanzando sus misiles. Uno impactó en el Nº 4 (alférez
Vázquez), el avión explotó y su piloto falleció instantáneamente. El
segundo impactó en el Nº 2 (teniente Arrarás), a quien se lo vio
eyectarse, aunque no pudo ser recuperado. El Nº 3 observó, también, que
el Nº 1 (primer teniente Bolzán) efectuaba su lanzamiento sobre un
lanchón (era el “Foxtrot 4”, que fue alcanzado y se hundió), inició un
viraje a la izquierda, realizó bruscas maniobras evasivas, pero fue
alcanzado por un misil Sidewinder y no pudo eyectarse”.
“Entonces, el Nº 3 (primer teniente Sánchez)
abortó su ataque y escapó de la persecución de los Sea Harrier. Llegó al
reabastecimiento en vuelo, con impactos de esquirlas de artillería
antiaérea y luego, a Río Gallegos, donde arribó a las 18”.
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