martes, 29 de julio de 2014

KELPERS. NI INGLESES NI ARGENTINOS. NATASHA NIEBIESKIKWIAT LIBRO

Capítulo I
Stanley no es Stanley sin los Biggs
Las fotografías de George Biggs • La llegada a las islas del
patriarca James Biggs junto al primer gobernador británico,
Richard C. Moody • El canal de Panamá fulmina el tránsito
marino por Malvinas • Pueblito con aires de ciudad •
El viejo Biggs escapa a la fiebre amarilla y se embarca a
Malvinas • La vida aburrida de los colonizadores británicos
• Gauchos ingleses • Retrato de cientos de descendientes
para la BBC.
Ojeo uno de los libros de la vasta biblioteca de producciones
locales y británicas que tiene el Lafone House de Stanley,
mezcla de hotel y bed & breakfast. Clavo la mirada como un
imán en "una foto vieja. Un joven rubio, muy bronceado y con
el rostro bien curtido está parado con sus ropas de fajina sobre
un elefante marino que yace en la playa pedregosa, sin sangre.
El hombre se jacta, sobria y tímidamente, de su bestia trofeo.
Es posible que lo haya matado él, pero no queda claro. A su
alrededor hay otros cuatro jóvenes, vestidos no con harapos
pero sí con el saco y el sombrero de los viejos pescadores.
La foto —“Elefante marino capturado - Puerto Stanley”—
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integra una suerte de catálogo de postales de las Malvinas y
ha sido tomada por George P. Biggs, nieto de James, el primer
Biggs
en llegar a las islas junto con Richard C. Moody, el gobernador
que inauguró la ocupación británica, a bordo del bergantín
Hebe, en enero de 1842. Biggs inventó un negocio vendiendo
postales como souvenirs en ese bastión remoto del Imperio. La
foto dice más. Dice, por ejemplo, que George aprovechaba las
curiosidades locales para vendérselas a las tripulaciones de los
miles de barcos que pasaban por Stanley durante el período que
va de 1800 a principios de 1900. Pingüinos, lobos y elefantes
marinos, aves, ballenas. Víctimas de la depredación apreciada
en una foto en blanco y negro para el recuerdo.
El libro cuenta que la terminación del canal de Panamá hacia
1914, el reemplazo gradual de la navegación a vapor y la suspensión
en 1917 del correo a través de Pacific Steam Navigation
Company representaron un golpe muy duro para este tipo de
emprendimientos.
1
Ejemplos de la valiosa producción de Biggs, el fotógrafo, se
ofrecen hoy entre los coleccionistas del vasto mundo de ventas
online a precios de cientos de libras esterlinas. La del “Elefante
Marino Capturado” se ofrecía en 2013 por 580 libras.2
Vuelvo al pasado y releo otro librito. Casi un folleto para
el museo que sólo se consigue en la biblioteca de Malvinas. Se
llama Condenados a Stanley y es de John Smith. Cuando visité
al autor a mediados de año, preparaba otra publicación para
noviembre sobre la historia de la pequeña ciudad. En Condena-
1 Heyburn, Henry y Frances, Postcards Of The Falkland Islands. A
Catalogue: 1900-1950, Chippenham, Inglaterra, Picton Publishing, 1985.
2 Información disponible en: www.grosvenorauctions.com/dyn_pages/
historic_sale_summary.php?for_cat=Falkland+Islands:+Postcards&Sale_no
=47&histfcat=yes&button=Search (Consulta: enero de 2014).
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dos…, Smith reflota el puerto de Stanley de mitad del siglo xix,
uno de los más ocupados de la costa atlántica de Sudamérica.
Es que seis años después de haber sido designada como capital
del archipiélago, Stanley era bastante próspera para sus pocos
200 habitantes.
La exigente ruta del Cabo de Hornos forzaba a las embarcaciones
a improvisar reparaciones de toda índole en estas islas
australes, canales de acceso también del Polo Sur. El movimiento
de más y más buques impulsó la aparición de pequeños
negocios en la colonia. A tal punto estaban inflamados los
isleños, que “los dueños de barcos instruían a los capitanes a
poner a Stanley en el último lugar de la lista para aprovisionarse
debido a los altos costos del lugar”.3 Pero muchos no tenían
más opción que la de recurrir a la mano de obra local cuando
llegaban al límite del hundimiento. Las instalaciones portuarias
más cercanas estaban en Montevideo.
Un factor clave para esta explosión de actividades fue el descubrimiento
de oro en California y en Australia. La frecuencia
de barcos en la ruta del Cabo de Hornos aumentó de modo descomunal.
Cientos de naves amarraban en Stanley para proveerse
de agua y carne fresca. Y, aun más esencial, de vegetales. Los
negocios iban tan bien en la colonia que Smith brinda las cifras.
Los carpinteros y los herreros tomaban trabajo a 60 peniques
el día y hombres sin capacitación no tenían problema en pedir
un jornal de 25 peniques. En el pueblo, hasta los jardineros se
hacían de efectivo con el boom de la navegación.
Aparte de los buques empujados por la fiebre del oro, había
otros que iban y venían, pasando por las costas de las Malvinas,
3 Smith, John, Condenados a Stanley. Notas y semblanzas sobre la corpulencia
y naufragios en Puerto Stanley, Chippenham, Inglaterra, Picton
Publishing, 1985.
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con sus cargas a Sudamérica, como las embarcaciones escocesas
que dejaban aquí carbón y se volvían con cobre a los puertos
de Cardiff y Swansea, capital y segunda ciudad más grande de
Gales.
Gracias a los Biggs y a otros fotógrafos amateurs de fines
de 1800 y principios de 1900 se puede apreciar el viejo Stanley:
las edificaciones impresionan menos que la cantidad de barcos
anclados en la bahía. Una escena que no volvería a repetirse
hasta fines del siglo xx y que ahora los isleños temen que se
repita con la explosión del petróleo que esperan a partir de 2017.
En 1885, la capital de la colonia tenía 800 habitantes. En
1916, 900. Casi un siglo después, el censo oficial del gobierno
británico de las Malvinas registró poco más de 2.800 habitantes
en todo el archipiélago, un crecimiento sumamente escaso,
indicador de cambios enormes. Pese al tiempo transcurrido,
Stanley sigue siendo un pueblito; sin embargo, tiene unos aires
de ciudad que a veces ni cabe en sí mismo. Concentra el 75%
del total de la población de las islas: 2.100 personas viven de
30
manera permanente, a los que deben sumarse los turistas internacionales
que se reciben, una rama de la economía isleña
floreciente tras la guerra de 1982.
Para los huéspedes hay un circuito de veintidós “city attractions”,
entre ellas las casas de los pioneros, restos de naufragios,
un monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial,
otro monumento para los de la guerra angloargentina. Hay
calles en honor a sus colonos y próceres —como la que lleva el
nombre de la discutida ex premier Margaret Thatcher— que
conducen hasta un viejo faro en desuso. Y mucho más. En
2013 se promocionaban también treinta y ocho shoppings y
servicios, más de dieciséis pubs y restaurantes, entre ellos un
café que ya ofrece los mismos capuchinos y chocolates que
cualquier Starbucks del continente y al que la gente entra hablando
en voz alta con sus teléfonos móviles. Hay ocho sitios
para dormir y siete empresas en las que comprar estadías y excusiones.
Se puede optar entre el avistaje de animales australes,
la pesca y el golf. En Malvinas se puede practicar tiro, visitar
santuarios de guerra y hacer vida de campo entre ovejas, caballos
y ganado. Hay estancias de un inmenso valor histórico,
como la de Port Howard en el islote oeste (Gran Malvina en
la Argentina), e islas a las que escapar para escribir y pensar.
Un turismo de aventura y sofisticación en la puerta de entrada
a la Antártida, a las Georgias del Sur y Sándwich del Sur.
En un pueblo que renació con la guerra de 1982, sus resultados
positivos en áreas como Salud y Educación también forman
parte del circuito turístico. Ello, claro, porque estas áreas ya
son parte del acervo de las islas, que se aferran a su creciente
grado de autonomía de la metrópolis, mostrando al mundo que
lo que necesitaban eran decisión y dinero.
La biblioteca pública se levanta en el mismo edificio del colegio
secundario y el llamado Leisure Center, que tiene una in31
mensa piscina además de canchas de fútbol abiertas, un salón y
espacios para todos los deportes. En la cancha que da a la bahía,
argentinos, isleños y británicos, periodistas, ex combatientes y
familiares de caídos en la guerra de 1982, se han enfrentado en
picados amistosos. Esos partidos se fueron espaciando hasta
desaparecer hacia 2003, por efecto del cambio de política argentina
hacia las islas del gobierno de Néstor Kirchner.
La biblioteca es ambiciosa en el sentido de que se nutre de
cuanto libro sobre Gran Bretaña y su colonia haya sido publicado;
pero aún le falta mundo, es decir, obras de otros confines,
historias remotas para las remotas islas. Deseo no les ha
faltado a los kelpers. Así lo demostraron los primeros colonos
cuando abrazaron las ideas de la esposa del incansable reverendo
Lowther Edward Brandon (1846-1933). Voraz lectora
ella misma, Josephine Brandon abrió una librería escolar que
funcionaba los domingos, y para 1890 ya funcionaba un sistema
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de préstamos para niños. Más adelante amplió su stock de libros
para adultos. La biblioteca primero funcionó en la iglesia Holy
Trinity, y después pasó a la catedral anglicana, el emblemático
edificio de la torre alta y las costillas de ballena que se ven desde
la bahía, ya que alud de turba arrasó en 1886 con la austera
Holy Trinity.4
En la Biblioteca Pública, nunca con calidez, pero siempre
con amabilidad y pasión, atiende Coleen Biggs. Coleen vive
en una de las más famosas casas de Stanley: su sencillez resalta
la gigantesca bandera británica pintada en el techo desde los
noventa. A nadie le quedan dudas de que fue precursora de ese
estallido de cientos de Union Jacks flameando en vehículos,
casas y caballos, que se exponían a los periodistas en los días
previos al referéndum de marzo de 2013, en el que se decidió
seguir siendo territorio de ultramar del Reino Unido. Llevaban
la bandera pegada hasta en la ropa y sus colores en el maquillaje.
Esa demostración de patriotismo funcionó no sólo como
un mensaje hacia la Argentina, sino también hacia el mundo y
sobre todo hacia los británicos de la “madre patria”, muchos
de los cuales hasta 1982 no tenían ni idea dónde quedaban las
remotas Falkland Islands.
Antes de conocer a Coleen yo había tratado a la hermana
un año mayor, Janet Lynda Cheek, nacida en 1948, que usa
su apellido de casada. Jan ha sido por muchos años consejera
legislativa de las islas —Legislative Council— y una de las voceras
de las duras respuestas de los isleños a las iniciativas del
kirchnerismo cuando decidió interrumpir todos los contactos
con los isleños y endurecer sus políticas hacia el archipiélago.
4 Tatham, David (editor), The Dictionary of Falklands Biography (Including
South Georgia). From Discovery up to 1981, Hereford, Inglaterra,
editado por David Tatham, 2008, p. 113.
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Jan es una mujer fuerte pero de voz suave, y gracias a la herencia
de las acciones de la pesca que le dejó la muerte temprana
de su marido a mediados de los noventa, es también una de los
habitantes más ricas del pueblo. John Cheek, su marido, también
había sido consejero y miembro de las familias más tradicionales
de Malvinas. Experta en relaciones públicas, Jan me atendió un
domingo en su casa, con café, té y viejas fotos y documentos
de los Biggs, los Rowlands y los Cheek. El enorme caserón con
frente de césped verde neto e impecable se encuentra en Stanley
este. Allí, los kelpers se están expandiendo con casas de lo
más confortables, que rompen incluso la austeridad de las más
antiguas: Stanley ha sido famosa por sus casitas blancas prefabricadas,
con techos de chapas rojas, azules y verdes; las nuevas
residencias tienen colores pasteles, usan el negro y cambiaron los
modestos cercos de madera por algunos con herrería y plantas.
Incluso están desplazando los viejos frentes con invernaderos
de amplios ventanales. Ya no más animales de granja sueltos.
En algunas casas huele a comida y sobre todo a desayuno, a pan
tostado, a la manteca que fríe salchichas y huevos. En la casa de
Jan, como en algunas otras, huele a perfume.
Recorro las austeras cabañas de los primeros colonos que han
ido quedando en pie. Primero la del 6 de Drury Street, donde
vivió Catherine Creig, quien llegó a Malvinas en 1849 con su
marido, uno entre el grupo de los jubilados militares. Catherine
enviudó en 1854 y en 1857 se casó con otro colono, John
Peck. Paso por el 3 de Pioneer Row, la cabaña en la que vivió
Edward Roach, otro de los pensionados militares que llegaron
en el buque mercante Victory, en 1849. Sigo al 6 de la Pioneer,
donde moró otro de los jubilados de las guerras del Reino Unido,
James Reddie. Su hija Susan se casó con John Bonner, el pionero
de los Bonner en Malvinas. La vieja casita del número 21 de la
John Street fue construida por Thomas Yates, entre 1857 y 1858.
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Hasta le puso nombre: “Lois Cottage”. Yates había llegado con
el gobernador Richard Moody, en 1842, y aunque su apellido
no ha sobrevivido, sí hay descendientes por la línea femenina.
Finalmente, me detengo en el número 58 de la misma John Street
para apreciar la bucólica imagen de la casa que en 1861 construyó
el alemán Jergen Christian Dettleff. El inmigrante llegó a Puerto
Louis en la goleta Montgomery en 1841. Se mudó a Stanley con
el cambio de capital. En Malvinas hay descendientes suyos, pero
también por la rama femenina; el apellido ya no existe. En esa
casa de dos pisos y con techo a dos aguas se levanta hoy una
tienda de café y dulces, atendida por una pareja de mujeres, una
isleña y una canadiense. Me dicen también en el pueblo que por
esas estrechas calles no pueden circular vehículos grandes, y que
por eso los turistas las deben recorrer a pie.
Jan y Coleen descienden de James Biggs, que había nacido en
Portsea (Portsmouth, Inglaterra) en 1806 y había sido bautizado
en la misma iglesia que Charles Dickens. James sembró hasta
nueve generaciones en el archipiélago, si se tienen en cuenta los
niños y niñas nacidos ahí.
En marzo de 1825, James se unió al Cuerpo Real de Mineros
en Portsmouth, aquel grupo de militares e ingenieros
que sirvieron en las guerras de Inglaterra facilitando el avance
de las tropas propias y dificultando el del enemigo. James era
un soldado raso que trabajó en la excavación, demolición y
construcción de calles y casas necesarias a partir de 1843 para
levantar la nueva capital de la colonia.
“Sus papeles militares lo describen de poco menos de un
metro setenta de alto, con complexión robusta y pelo marrón.
Ojos azules”.5 En junio de 1826 se embarcó con los zapadores
5 Ibídem, p. 81.
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hacia Gibraltar, donde había mucho empleo en las fortificaciones
navales y el astillero. Y en Gibraltar, como ocurría en
la época, sorteó una epidemia de fiebre amarilla que se llevó
numerosas vidas, cuatro en su propia compañía. Biggs estuvo
enfermo, sobrevivió, estuvo preso “por conductas ajenas a un
soldado” y por “usar un lenguaje abusivo contra un suboficial”.
Se casó con Margaret Martin en Gibraltar.
Al volver a Inglaterra, el matrimonio se estableció en las
afueras de la superpoblada Londres con sus cuatro hijos.
Entonces, el lugarteniente luego gobernador general de la
colonia, Moody, hizo un llamado a voluntarios que quisieran
acompañarlo a las Malvinas. Biggs sirvió a Moody y viajó
con toda su prole, decidido a convertirse en colono. El Hebe
partió de Inglaterra en octubre de 1841 y llegó a Puerto Louis
a mediados de enero de 1842. Moody había pedido a los zapadores
que también hicieran tareas de defensa, pero que
sobre todo contaran con conocimientos en agrimensura y
habilidades de artesanos, carpinteros, albañiles, ladrilleros
y herreros.
La paga al principio era de un chelín y seis peniques por día.
Los zapadores, como Biggs, debían además tener experiencia
en el manejo de los caballos. Con el tiempo, casi todos estos
isleños desarrollarían destrezas equiparables a las de los gauchos
sudamericanos que los precedieron en la ocupación de las islas.
Además de conservar dos enormes biblias de familia con la
historia de los Biggs y la de los Cheek, Jan tiene un acervo de
fotos y documentos que prueba la fortaleza de su árbol genealógico
y sus vínculos de sangre y políticos. Gentilmente, saca
fotocopias de cartas.
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Desde el Hebe en Gravesend, 12 de octubre de 1841
Mi Señor,
Tengo el honor de informarle que hemos embarcado la noche
del sábado 9 de octubre desde el Royal Arsenal de Woolwich y
nos proponemos abandonar este puerto en las próximas horas.
Adjunto para su referencia una lista con los nombres, los
oficios y las profesiones de las partes procediendo a las Islas
Falkland, bajo mi comando.
Muy atentamente,
Su más obediente y humilde servidor,
Moody
Otra de las cartas en poder de Jan consigna el listado de los
primeros colonizadores de Malvinas, tras la ocupación británica
de 1833.
9 de octubre de 1841
Para el Honorable Lord Stanley
Los nombres, las profesiones y los oficios de las partes procediendo
a las Islas Falkland, bajo el comando del Gobernador
Teniente Moody.
Murrell Robinson Robinson, Esq., asistiendo como custodio
y secretario, pero agrimensor por oficio.
Zapadores y Mineros Reales
Sargento Robert Hearndon.
Cabo William Richardson.
Soldados Rasos
Alexander Sibbald, minero o picapedrero.
James Biggs, junto a su esposa y 4 hijos.
Christopher McRae, carpintero.
Thomas Yates, albañil, junto a su esposa y 3 hijos.
John Herkes, herrero, junto a su esposa y 2 hijos.
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William Robinson, carpintero.
Samuel Turner, herrero.
David Readdie, carpintero.
William Watts, marinero.
John Campbell, constructor.
Thomas Hearndon, civil, hermano del sargento Hearndon
que asistirá en el Departamento de Agrimensura como presidente,
pero es carnicero por oficio.
Moody
La otra carta que me llevé reza:
Puerto Louis, Islas Falkland, 16 de enero de 1842
Para el Honorable Lord Stanley, Secretario de Estado de
las Colonias
Mi señor,
Tengo el honor de informarle que tanto el grupo como yo
hemos llegado sanos y salvos a las Islas Falkland, afortunadamente
sin ningún tipo de enfermedad o accidente.
Anclamos en este puerto ayer a la tarde y esta misiva será
enviada por la brigadier Susan Alley Master, en camino a Río
de Janeiro, saliendo mañana temprano. En la presente oportunidad,
no puedo darle mayor información de importancia.
Lo saludo atentamente,
Moody
En la biografía que escribió sobre James Biggs,6 Coleen dio
algunas pinceladas de lo dura que era la vida. Era tal la desolación,
que en julio de 1843 Biggs le intercambió efectivo por
6 Ibídem, p. 81.
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una nota con buenas referencias a Moody. El monto fue de 150
libras, una cifra muy alta para el salario de un soldado, lo cual
demuestra que no tenían en qué gastar.
Para 1844, el gobernador Moody anunciaba que el gobierno
de la colonia sería movido a Puerto Jackson, después de evaluar
otros sitios como Sparrow Cove, Weir Creek y la costa
sur. Una distancia de unos 30 kilómetros hacia el sudeste del
primer asentamiento francés, pero que para entonces parecía
sideral. La decisión se había tomado un año antes. Y aunque a
simple vista los paisajes marinos y pedregosos no mostraban
diferencia, los ingleses dicen que buscaban mejor anclaje que en
Puerto Louis para la enorme cantidad de barcos que ya recibía
la zona, además de turba, provisión de agua fresca y seguridad.
Oficialmente se sigue informando hoy que bautizaron a Stanley
en honor de Lord Stanley, decimocuarto conde de Derby y secretario
de Estado de las Colonias, y el encargado de pedirle al
representante de la Reina Victoria en las Malvinas que buscara
mejor lugar para la nueva capital.
Los inviernos deben haber sido particularmente duros por
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la falta de fuego y provisiones frescas. Al principio durmieron
en carpas, rodeados de nieve y humedad. “Trabajaban a
la intemperie, lo que les mantenía la ropa húmeda, sin fuego
para secarse aún de día. Traían los instrumentos en botes.
Vadeando en el agua sobre puntiagudas pedregosas playas en
las que cargaban y descargaban sus botes. Era tarea constante
cargar bolsas de piedras y madera, para excavar calles, dragar
muelles, las bases de las casas. Y esto hecho sobre pasto mojado,
turboso barro, con ásperas playas, sin calles ni caminos”,
detalla Coleen.
Dada la situación, Moody les aumentó la paga a sus hombres
a dos chelines por día. Para 1846, James Biggs ya tenía descendientes
nacidos en las islas, con los que se iniciaba la era Biggs en
Malvinas, donde ya estaban y también quedarían los Pitaluga,
los Watson y los Goss, entre otros. Todos estos adelantados,
desde los más carenciados hasta empresarios como los Dean,
tendrían su homenaje en un pueblo que empezó llamando a
sus calles por el nombre de esos pioneros y sus barcos, como
manifiesta la propia Hebe Street.
James murió sin ninguna gloria. Fue en 1853 cuando se
fue, desangrado por un disparo accidental en un bote. Los
restos de Margaret, su esposa, también tienen una tumba en
Stanley desde 1861. Para entonces, hacía rato que los militares
pensionados habían provisto a las islas de nuevos colonos.
William, el mayor del pionero James Biggs, se casó con Mary
Ann Flemming, hija de un militar irlandés jubilado que llegó
en 1849. Así comenzaron a mezclarse pueblos y naciones bajo
la bandera británica. Ninguno de ellos imaginó que para 1991,
doscientos Biggs —con el apellido o sin él— se reunirían en
Stanley y que ese encuentro sería fotografiado por la BBC.
“Yo me considero británica, pero primero y sobre todo soy
una isleña de las Falklands. Pienso que esa es la verdadera situa40
ción de la gente aquí y de cómo sentimos nuestra identidad”,7
decía ya entonces y sin pensar que habría un referéndum Leona
Biggs, hoy Robertson por casamiento, pero al mismo tiempo
Vidal, porque es hija de un chileno, nacionalidad que va en
camino de ser la primera minoría, tras dejar atrás una lenta
migración.
Como ocurrió con gran parte de los jóvenes en las islas,
entre los años 40 y 60 del siglo pasado hubo una emigración
masiva del archipiélago. También se fue Coleen, que aprovechó
sus estudios en el Reino Unido para quedarse allí por décadas.
Gracias a la prosperidad de la posguerra, ahora es una de las
repatriadas. “Esa emigración comenzó en realidad en los 40,
porque muchos isleños se ofrecieron para luchar con las fuerzas
británicas durante la Segunda Guerra Mundial. Esa fue una
7 Las palabras de Leona están disponibles en una nota del sitio web de
la BBC, bajo el título “In pictures: The generations claim”. Disponible en:
http://news.bbc.co.uk/2/shared/spl/hi/picture_gallery/07/in_pictures_the_
generations_claim/html/8.stm (Consulta: enero de 2014).
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migración muy grande, en su mayoría de hombres solteros, sin
ataduras. Se fueron al exterior, quizás conocieron una mujer o
decidieron quedarse allí. Así que eso causó una de las mayores
pérdidas, porque por supuesto muchos murieron en la guerra.
Mi padre se unió al RAF (Fuerza Aérea Real Británica), pero
regresó y se casó aquí. Muchos nunca regresaron.”
Como ocurrió con otros apellidos, ahora hay Biggs en el
Reino Unido, alguno en África y en Canadá. “La vida era tan
dura en Stanley como en el campo. Nadie se estaba muriendo
de hambre, pero tenían muchísimas dificultades. Las mujeres
hacían prendas a sus hijos con ropa vieja que les iba quedando.
Nunca se compraba nada nuevo. Mantenían sus propias vacas
en el Common.8 Todos tenían su propia huerta, de otra manera,
no podían comer vegetales. Los salarios eran muy bajos”, me
dice la consejera Jan Cheek. Si alguna vez los Biggs fueron en
Malvinas como los López, los Pérez o los García entre los españoles,
hoy son numerosos en progenie pero el apellido tiende
a perderse, como el de Pitaluga, el de Watson, el de Cheek y el
de tantos otros, por falta de descendientes varones.
Coleen me señala que a diferencia de la mayoría isleña de
granjeros, los Biggs tuvieron como pocos un protagonismo mayor
en Stanley. Un Biggs murió en la Primera Guerra Mundial,
otros dos fueron a la Segunda. El padre de estas mujeres vivió
dieciséis años en las Georgias, a donde las llevó de pequeñas,
y una pariente está entre las mujeres que más empuje le dio,
sin querer, al género: Madge Brigid Frances Biggs (1902-1995),
bibliotecaria como Coleen, maestra y almacenera. Hay una foto
en blanco y negro rescatada en los últimos años de los arcones
8 Se llama así al sitio de uso público que antes estaba frente a la Casa de
Gobierno, que les cobraba por ello una pequeña suma.
de Malvinas. Se ve a un grupo de niñas sentadas y aplicadas
al lado de monjas. Son de la St. Mary’s Church, escuela hoy
desaparecida, donde Madge se formó y llegó a dar clases. Fue
la primera radióloga del hospital King Edwards VII Memorial
y al estallar la Segunda Guerra veló por los fondos de la Cruz
Roja. Madge nunca viajó al exterior de las islas, más que para
un tratamiento médico en Londres, donde se negó a todo tipo
de excursiones, y una breve estadía en Montevideo. Madge fue
durante mucho tiempo la “custodia” de fotos y documentos
de los Biggs en Malvinas, que finalmente quedaron repartidos
entre el archivo de la Iglesia y las hermanas Jan y Coleen.
Stanley no es Stanley sin los Biggs, como tampoco lo es
Malvinas.

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