miércoles, 27 de mayo de 2015

GIBRALTAR 2013 Gibraltar, una frontera de tensión y contrastes





Alarma

Gibraltar, una frontera de tensión y contrastes

Por  | LA NACION

GIBRALTAR.- Los dos se saludan en la verja donde termina España. "¿Qué? ¿Así que nos van a mandar la flota de guerra?", le dice Alberto Lucena a Adam Moreno, que contesta entre risas: "Hombre, si queréis encerrarnos como en tiempos de Franco...". Hablan el mismo idioma, pero uno es un español de Andalucía, donde la desocupación llega al 40%, y cruza la frontera para ir a su trabajo en un banco de Gibraltar. El otro es británico y regresa al peñón -una colonia rica y con pleno empleo- después de hacer compras para su comercio. Ellos son la imagen de la alta tensión que hoy enfrenta a España y Gran Bretaña, y alarma a Europa.
Frente a ellos, una cola infinita de autos atascados frente al control minucioso de la Guardia Civil; la represalia de Madrid a un plan británico para ahuyentar de la zona a los pescadores españoles.
Otra vez la tensión se adueña de esta porción de tierra disputada desde hace 300 años. Los barcos de la Armada Real aparecerán de verdad en las aguas del Mediterráneo. Zarparán mañana desde Inglaterra, enviados por el premier David Cameron para unos "ejercicios rutinarios" previstos hace tiempo. Tan "rutinarios" como los operativos "para prevenir el contrabando" dispuestos por Mariano Rajoy y que pueden ocasionar varias horas de demora para entrar o salir del territorio británico.
A los dos extremos de la verja, los coletazos del conflicto de soberanía trastocan la vida cotidiana y reflotan antiguos recelos entre dos pueblos condenados a necesitarse.
Gibraltar es una de las comunidades más ricas de Europa, con pleno empleo y negocios financieros alentados por su conveniente política impositiva. Tiene más sociedades anónimas registradas que habitantes. Pero es una puntita de tierra, de apenas 6,8 kilómetros cuadrados, donde la vida para sus 29.000 pobladores -los "llanitos"- se hace agobiante sin cruzar seguido a España.
Enfrente está La Línea de la Concepción, una ciudad con 40% de desocupación. Más de 7000 de sus 60.000 habitantes cruzan todos los días a trabajar en Gibraltar.
"Mire lo que están tirando al mar, son bloques de cemento con pinchos para rompernos las redes", grita Marcial Pérez, un pescador de 67 años que exhibe una fotocopia arrugada con un croquis, en una de las calles de La Línea que conduce a la frontera. Es uno de los afectados por la decisión del gobierno gibraltareño de crear un arrecife artificial en sus costas.
"¡Sigue hablando! ¡Que cierren la verja otra vez! Tú, ¿qué quieres? ¿más hambre, más miseria? Por qué no arreglan antes este país", lo increpa Antonio Villela, un vendedor ambulante.
En el puesto de control, los guardias paran uno por uno a los autos -en su mayoría de patente española- que doblan por la avenida Príncipe de Asturias y pugnan por cruzar hacia la calle Winston Churchill. Revisan baúles, piden documentos. De a ratos se relajan y dejan fluir el tránsito durante horas.
Por un costado se puede pasar a pie en un minuto. Al entrar en Gibraltar lo primero que se ve es una cabina de teléfono roja que nadie usa; una señal de identidad. Después, un quiosco de cigarrillos. Hay cola: son vecinos de La Línea que se las ingenian para ir y venir con la máxima cantidad permitida o con un poco más, escondida entre la ropa. La cajita cuesta 1 euro; en España se revende al triple.
No toma más de un cuarto de hora llegar caminando a la plaza Casemates, corazón de la ciudad. "Tienen que entender que esta tierra es nuestra y que queremos vivir como buenos vecinos", dice allí Joe Díaz, un jubilado que aún recuerda cuando la verja se cerró con candado en la dictadura de Franco. El particular muro de Berlín que tuvo Gibraltar entre 1969 y 1985.
El jefe del gobierno local, Fabián Picardo, apeló a ese fantasma cuando acusó a Rajoy de actuar como el franquismo y calificó de "ruido de sables" la amenaza española de tomar medidas legales. La principal: cobrar un peaje de 50 euros a los coches que entren y salgan del peñón.
Madrid dice que, de aplicarlo, no regirá para los trabajadores y que el dinero recaudado será para ayudar a los pescadores que ya no pueden faenar en las aguas donde Gibraltar lanzó el hormigón. Los afectados integran una flota pequeña, artesanal, de no más de 30 barcos.
Dentro de la colonia británica, la tensión está más disimulada. Hay turistas por todos lados, que disfrutan de las playas o la visita a los monos que habitan en lo alto de "la roca". "En lo económico, no nos está afectando tanto -dice Gemma Arias, jefa de la cámara de comerciantes gibraltareños-. Sí nos complica la calidad de vida. Éste es un lugar pequeñito y estamos habituados a salir, a ver amigos, familiares."
Juan José Uceda, de la Asociación de Trabajadores Españoles de Gibraltar, se queja: "Los castigados somos nosotros. Rajoy se cree que daña a los llanitos, pero con la política de «ahora te abro, ahora te cierro» golpea a los de La Línea".
El conflicto divide a los políticos de la zona. La alcaldesa socialista de La Línea, Gemma Araujo, reclama diálogo urgente y denuncia que los controles fronterizos afectan a los españoles. José Ignacio Landaluce, alcalde de la cercana Algeciras y diputado del Partido Popular (PP), respalda la firmeza de Rajoy. "El señor Picardo está generando una situación lamentable con su agresión permanente. La buena vecindad la queremos todos, pero no el abuso."
Al caer el sol, en la verja los coches pasan sin más demora que la que causaría un semáforo en rojo. Y linenses y llanitos se mezclan en restaurantes y calles a la espera de las noticias que el día siguiente traerá desde Londres o Madrid..
 
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Una colonia con poco parecido a las Malvinas

Sus habitantes son bilingües y mantienen tradiciones españolas

GIBRALTAR (De nuestro corresponsal).- Las diferencias impactan al poner un pie en la colonia. Un argentino que haya viajado a las Malvinas recordará los estrictos controles en el aeropuerto militar de Mount Pleasant, coronados por un sello enorme que ocupa una página en el pasaporte. A Gibraltar se puede entrar a pie desde España sin siquiera enseñar un documento.
Lo más probable es que el funcionario de la frontera no se tome el tiempo de levantar la vista de su smartphone . No queda registro. La segunda distinción es todavía más sorprendente: los fuertes vínculos culturales y sociales con el vecino que mantiene firme el reclamo de soberanía.
Los gibraltareños son bilingües, pero, salvo para cuestiones oficiales, usan más el español. Entre ellos suelen hablar en un dialecto, el llanito, una curiosa mezcla de palabras castellanas e inglesas. " Carry on para el fondo", podrá gritar, por ejemplo, el conductor de un bus que empieza a llenarse a la entrada de la ciudad.
Conducen por la izquierda, comen los mismos platos que sus vecinos andaluces y muchos gibraltareños con dinero prefieren vivir en Sotogrande, una urbanización de lujo en Cádiz. Las costumbres británicas, que las tienen, se funden con otras tradiciones traídas por los genoveses, los sefaradíes y los marroquíes que se afincaron en estas tierras en los últimos 300 años. A diferencia de las Malvinas, con sus enormes espacios deshabitados, los gibraltareños ansían salir a diario de sus 6,8 kilómetros cuadrados, un territorio más chico que el barrio de Caballito.
Así como a los malvinenses les concedió el control de las licencias pesqueras, Londres le dio al peñón vías de prosperidad económica. Defendió que Gibraltar pudiera mantener en la Unión Europea un régimen impositivo especial, que para muchos países lo convierte en un paraíso fiscal..
 
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Diario "La Nación". Buenos Aires, 19 de agosto de 2013.
 

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