Darwin descubre la Argentina
Con
sólo 22 años, el científico inglés se embarcó hacia “el otro lado del
mundo”, pasando once meses en nuestro país. Una travesía única que se
transformó en el germen de sus más importantes teorías.
Por:
Eduardo Diana
Foto:
Getty Images
Apenas 22 años tenía, a fines de diciembre de 1831, el científico inglés Charles Darwin cuando zarpó desde el brumoso puerto británico de Plymouth, con la proa de una embarcación de la Marina Real apuntando hacia “el otro lado del mundo”. El joven naturalista emprendía una fascinante aventura científica a bordo del Beagle, un pequeño bergantín capitaneado por Robert Fitz Roy, con la misión de recorrer el hemisferio sur del mundo y realizar estudios sobre geología, flora y fauna. “Mi segunda vida comenzará en este momento y será como un aniversario de cumpleaños para el resto de mi vida”, escribió Darwin en su diario de viaje poco antes de la partida.
Durante los cinco años que duró la travesía, todos los detalles que fue observando en los lugares que visitó –especialmente en la Argentina y las islas Galápagos- no sólo le cambiaron la vida, sino que también le permitieron edificar una revolucionaria teoría sobre la evolución de las especies, que modificó la visión que se tenía sobre la vida en la Tierra.
En su periplo estuvo en total once meses en la Argentina, entre 1833 y 1835, y recorrió Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza y la Patagonia. En Sudamérica también visitó las costas de Brasil, Chile y Uruguay. La aventura científica siguió luego en las islas Galápagos, Australia y el sur de Africa. Todas las vivencias de esa travesía quedaron plasmadas en el libro Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo, publicado en 1839, que rápidamente se convirtió en un gran éxito editorial. En ese libro de apuntes del viaje, Darwin describe con minuciosidad sus observaciones científicas pero también abunda en consideraciones sobre las costumbres de los pueblos y relata varias anécdotas de su paso por la Argentina.
Las impresiones de esa prolongada travesía -que en principio solo iba a durar dos años- no se iban a agotar con la edición de ese primer libro. Durante muchos años, las coincidencias que observó entre especies extintas y animales vivos merodearon con insistencia sus pensamientos. Y con la colaboración de anatomistas y paleontólogos, llegó a la conclusión de que los enormes restos fósiles que recogió y los pequeños animales vivos que vio en la misma zona estaban emparentados. Fue en base a eso que luego desarrolló la hipótesis de la transformación de las especies.
Así, 23 años después de su viaje a bordo del Beagle, en 1859, publicó El origen de las especies a través de la selección natural, donde explicaba de modo científico las leyes de la naturaleza. La teoría sostiene que las especies van cambiando a través de las distintas generaciones, y que las que están mejor dotadas pueden adaptarse a los cambios en su medio ambiente y tienen más posibilidades de sobrevivir.
En el inicio de ese libro, da algunas pistas sobre las hipótesis que fue elaborando en su paso por la Argentina. “Cuando me encontraba a bordo del Beagle, como naturalista, estaba muy impresionado con ciertos hechos de la distribución de los habitantes de América del Sur y de las relaciones geológicas entre los habitantes presentes y pasados de ese continente. Me parece que estos hechos arrojan alguna luz sobre el origen de las especies”, escribió.
Por la llanura y el Litoral
En su itinerario por el territorio argentino, descubrió fósiles de enormes animales y accidentes geográficos que lo sorprendieron y empezaron a descorrer frente a sus ojos los velos de un pasado hasta entonces desconocido.
Luego de navegar por las costas de Brasil, el 3 de agosto de 1833 el Beagle llegó a la desembocadura del río Negro, a unos 30 kilómetros de Carmen de Patagones. Darwin se entrevistó con Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires por ese entonces, quien le extendió un salvoconducto para recorrer la zona, además de proveerle caballos y designar un grupo de gauchos para que lo acompañara en su investigación por la pampa bonaerense. Apenas se internó en el vasto escenario de la llanura, quedó muy impactado por la vida al aire libre de los gauchos. “El silencio fúnebre de la llanura, los perros haciendo de centinelas y el gigantesco grupo de gauchos en torno al fuego han dejado en mi ánimo una pintura inolvidable de esta primera noche”, anotó en su libreta personal.
En Monte Hermoso y Punta Alta, cerca de Bahía Blanca, quedó sorprendido por la gran cantidad de fósiles de animales extintos que halló, como perezosos gigantes, roedores y camélidos. “Me había impresionado profundamente al descubrir en la formación de las pampas el parecido entre los grandes animales fósiles cubiertos con caparazón y los armadillos existentes. Era evidente que hechos como estos, al igual que muchos otros, podían explicarse bajo el supuesto de que las especies se modificaban gradualmente: el tema me obsesionó”, escribió en su Autobiografía, poco antes de su muerte.
El siguiente destino bonaerense de Darwin fue Sierra de la Ventana. En dirección a la ciudad de Buenos Aires, el joven científico pasó por San Antonio de Areco y Luján. No obstante, los hallazgos que realizó en la zona de Bahía Blanca, hicieron que a los pocos meses decidiera volver para buscar más restos fósiles de mamíferos. Los vestigios de ese mundo de gigantes que había desaparecido de la tierra hacía millones de años lo había dejado sin aliento en su primera visita. “Punta Alta es una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a razas extintas”, consideró.
El 3 de septiembre llegó a la ciudad de Buenos Aires, pero a los pocos días zarpó con el Beagle por el río Paraná y visitó San Nicolás, Rosario y la ciudad de Santa Fe. Entre sus anotaciones, mostró la fascinación que le provocó la exuberante naturaleza del Litoral. Luego volvió a Buenos Aires y cruzó el Río de la Plata hacia Uruguay. Buenos Aires en esa época todavía no era “La Reina del Plata”, y la ciudad no lo impactó demasiado. Apenas hizo algunas consideraciones acerca del prolijo diseño de las calles dispuestas en damero y sobre la brutalidad que rodeaba la faena de las vacas en el matadero.
Darwin y la política
En su incursión por el país, además de su investigación científica prestó mucha atención a la vida de sus habitantes y a varias decisiones políticas. Sobre la campaña del desierto de Rosas, dijo: “Aquí todos están convencidos de que esa es la más justa de todas las guerras, porque va dirigida contra los salvajes. ¿Quién podría creer que se cometan tantas atrocidades en un país cristiano y civilizado?”.
En varias oportunidades, sin embargo, manifestó su temor de ser atacado por los indígenas al recorrer la llanura pampeana. De todos modos, la compañía de los gauchos en esas travesías a caballo lo seducía más que cualquier posible riesgo. El lo expresaba en las siguientes palabras: “La vida independiente del gaucho tiene, sin disputa, un gran encanto. ¿No es nada eso de poder parar el caballo cuando se quiera y decir: ‘Vamos a pasar la noche aquí’?”.
Con las elites gobernantes y los sectores más acomodados de la sociedad fue categórico: “En las clases elevadas se advierten la sensualidad, la irreligiosidad, la corrupción más cínica, llevadas al grado más alto. A casi todos los funcionarios puede comprárselos”.
Tierra de gigantes
A su regreso de Uruguay, Darwin zarpó rumbo a Puerto Deseado, en la provincia de Santa Cruz, en plena Patagonia, donde descubrió la ría Deseado, una rareza geológica que hace miles de años permitió, en un cauce de 40 kilómetros, que las aguas del océano ingresaran al continente. “No creo haber visto en mi vida un lugar más aislado del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan extensa llanura”, juzgó. Un promontorio desde donde se obtiene una imponente panorámica del cañón de la ría, que se abre como una cinta turquesa entre las rocas, fue llamado posteriormente Los Miradores de Darwin.
La expedición continuó hacia Puerto San Julián, sobre la costa de Santa Cruz, donde Darwin encontró un medio esqueleto de macrauquenia patagónica, un cuadrúpedo del tamaño de un camello. “En remotas épocas, América debe haber sido un hervidero de grandes monstruos; ahora no hallamos más que pigmeos, cuando se los compara con las razas afines que los han precedido”, reflexionó en su diario de viaje.
Desde Puerto San Julián, la expedición continuó hacia el sur y desembocó en el río Santa Cruz para acercarse a la cordillera, donde avistaron el cerro que hoy se llama Fitz Roy. Según los relatos del viaje, las duras condiciones climáticas los obligaron a regresar a la costa y poner rumbo hacia Islas Malvinas, que hacía un año habían sido invadida por Inglaterra. Luego llegaron a Tierra del Fuego, donde Darwin se sorprendió por la grandeza del Canal de Beagle.
Tras navegar por las costas chilenas, en 1835 la expedición volvió a la Argentina atravesando la cordillera por el paso de Potrerillos. En Mendoza Darwin fue picado por vinchucas y algunos historiadores especulan con que allí podría habrer contraído el mal de Chagas. En su diario, dejó constancia de esta experiencia poco agradable: “Pasamos la noche en Luján, aldea rodeada de huertos y límite meridional de las tierras cultivadas en la provincia de Mendoza. Durante la noche sufrí un ataque (no merece otra palabra) de una vinchuca. ¡Qué asco experimenta uno cuando nota que le recorre el cuerpo un insecto blando que tiene, por lo menos, una pulgada de largo”.
Su estadía en Mendoza fue la última vez que Darwin estuvo en la Argentina. Desde allí regresó a Chile por el paso de Uspallata, donde 18 años antes había cruzado la cordillera San Martín en su campaña libertadora.
Tras su larga aventura por el hemisferio sur del mundo, Darwin jamás volvió a salir de su Inglaterra natal. Pero, más allá de eso, nunca olvidó aquel viaje iniciático ni su paso por la Argentina. En sus últimos años, solía repetir que los momentos que más añoraba de su vida eran aquellos que había pasado junto a los gauchos, lejos de su civilizado mundo londinense, recorriendo a caballo la inagotable y sorprendente llanura pampeana. •
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